domingo, 23 de diciembre de 2018

Pienso, luego siento

La conexión cerebro-intestino es una realidad.

“Hoy vi una foto tuya y no sentí nada, más que nostalgia de recordar tus besos (y remordimiento en el estómago)”.


Cuando pensamos en el primer amor, generalmente recordamos las mariposas en el estómago. O cuando pensamos en un examen médico o profesional, recordamos la ansiedad sentida en ese momento y, sobre todo, el dolor o ardor en el estómago. Si te sientes identificado, este post es para ti. La conexión cerebro-intestino es una realidad y te lo explicaré a continuación.

Miedo, enojo, insatisfacción, tristeza… Todo se resume a una palabra: EMOCIONES. Numerosos artículos científicos en Harvard certifican la conexión emocional de los intestinos con nuestro cerebro. Espera, ¿acaso no sentimos con el corazón? No, déjame decirte que sentimos con el cerebro.

El solo hecho de pensar en el desayuno o almuerzo hizo que nuestro cerebro mandara señales a los jugos intestinales para que tomen acción, inclusive antes de digerir alimento alguno. Piensa esto, un intestino con problemas enviará señales (buenas o malas) a nuestro cerebro y viceversa. En otras palabras, una angustia intestinal podría ser la causa de tu ansiedad, estrés o depresión.

Ahora quizás entiendas el dolor nauseabundo antes de una entrevista laboral. No obstante, esto no significa que “todo está en tu cabeza” o que tus funciones gastrointestinales están supeditadas a lo que piensas. El escenario se torna más psicológico y fisiológico porque los factores psicosociales influyen en la fisiología de tus intestinos.

En suma, un cuerpo con estrés será más propenso a sentir desórdenes intestinales por una sencilla razón: tu cerebro será más receptivo al dolor.

¿Te sientes identificado?

En el siguiente post veremos cómo lo que comemos afecta nuestros pensamientos.

Pienso, luego siento