La conexión cerebro-intestino es una realidad. “Hoy vi una foto tuya y no sentí nada, más que nostalgia de recordar tus besos (y remordimiento en el estómago)”. |
Cuando pensamos en el primer
amor, generalmente recordamos las mariposas en el estómago. O cuando pensamos
en un examen médico o profesional, recordamos la ansiedad sentida en ese
momento y, sobre todo, el dolor o ardor en el estómago. Si te sientes
identificado, este post es para ti. La conexión cerebro-intestino es una
realidad y te lo explicaré a continuación.
Miedo, enojo, insatisfacción,
tristeza… Todo se resume a una palabra: EMOCIONES. Numerosos artículos
científicos en Harvard certifican la conexión emocional de los intestinos
con nuestro cerebro. Espera, ¿acaso no sentimos con el corazón? No, déjame
decirte que sentimos con el cerebro.
El solo hecho de pensar en el
desayuno o almuerzo hizo que nuestro cerebro mandara señales a los jugos
intestinales para que tomen acción, inclusive antes de digerir alimento alguno.
Piensa esto, un intestino con problemas enviará señales (buenas o malas) a
nuestro cerebro y viceversa. En otras palabras, una angustia intestinal podría
ser la causa de tu ansiedad, estrés o depresión.
Ahora quizás entiendas el dolor
nauseabundo antes de una entrevista laboral. No obstante, esto no significa que
“todo está en tu cabeza” o que tus
funciones gastrointestinales están supeditadas a lo que piensas. El escenario
se torna más psicológico y fisiológico porque los factores psicosociales influyen
en la fisiología de tus intestinos.
En suma, un cuerpo con estrés
será más propenso a sentir desórdenes intestinales por una sencilla razón: tu
cerebro será más receptivo al dolor.
¿Te sientes identificado?
En el siguiente post veremos cómo
lo que comemos afecta nuestros pensamientos.